Más allá del "Encuentro": Reflexiones sobre cómo descolonizar la matronería
- Yennifer Marquez
- 15 oct
- 7 Min. de lectura
Una conversación necesaria sobre identidad, memoria y sanación en la atención del nacimiento en América Latina

El 12 de octubre: una invitación a mirar con honestidad
Cada 12 de octubre nos invitan a conmemorar el "Día de la Raza" o el "Encuentro de Dos Mundos". Pero creo que es momento de ser honestas: aquí no hubo un encuentro. Un encuentro implica reciprocidad, diálogo, respeto mutuo. Lo que realmente ocurrió fue que un grupo de personas llegó a estas tierras y, a través de la violencia, la colonización y el despojo, intentó borrar a quienes ya habitaban aquí.
Y aunque han pasado más de 500 años, esas heridas siguen abiertas. No solo en nuestras memorias colectivas, sino en las instituciones que heredamos. Incluso —y esto es lo que quiero compartir hoy desde mi experiencia— en las formas en que nacemos, parimos y somos cuidadas.
Cuando descubres que la historia que te contaron no era completa
Cuando comencé a estudiar obstetricia, tenía una imagen romántica de nuestra profesión. Creía que las matronas universitarias éramos herederas directas de las parteras tradicionales; que las abuelas indígenas habían sido invitadas a las universidades para compartir y enriquecer sus saberes con la ciencia moderna.
Esa idea comenzó a diluirse cuando descubrí el trabajo de historiadoras feministas en Chile, Argentina y Brasil. Lo que encontré fue diferente: la matrona universitaria no surgió como continuación del conocimiento ancestral, sino como parte del sistema biomédico que, de muchas formas, excluyó y silenció precisamente a esas mujeres.
No somos "la profesión más antigua del mundo" como nos gusta decir. Somos una profesión moderna, formada dentro de estructuras que, en su momento, decidieron que ciertos conocimientos —los académicos, científicos, masculinos— tenían más valor que otros.
¿Qué pasó entonces con las parteras que acompañaban nacimientos desde siempre? ¿Dónde quedaron sus voces, sus prácticas, sus saberes transmitidos de generación en generación?
Muchas fueron apartadas. Otras, invisibilizadas. Sus conocimientos fueron considerados "supersticiones" o "prácticas peligrosas", mientras el modelo médico europeo se instalaba como única verdad.
Y es desde este reconocimiento que podemos empezar a entender por qué, incluso hoy, sentimos tensiones en nuestra formación y práctica profesional.
El paisaje actual: convivencias que no son siempre justas
En América Latina hoy conviven diferentes formas de atender el nacimiento: parteras tradicionales, matronas profesionales, médicos gineco-obstetras, parteras urbanas. Esta diversidad podría ser una riqueza, pero la realidad es que estas formas de atención no dialogan en igualdad de condiciones.
Las parteras tradicionales —muchas de ellas mujeres indígenas o afrodescendientes— continúan trabajando principalmente con comunidades en condiciones de vulnerabilidad, con poco o ningún reconocimiento institucional. Mientras tanto, en las universidades, sus saberes aparecen apenas como notas al pie, como "medicina alternativa" o "costumbres culturales".
Un ejemplo que me duele particularmente: en Chile, en los hospitales públicos donde se atiende a las mujeres con menos recursos —muchas de ellas de comunidades originarias—, las matronas asistimos la mayoría de los partos fisiológicos. Pero en las clínicas privadas, donde las mujeres pagan por su atención, esos mismos partos son conducidos casi exclusivamente por gineco-obstetras, con tasas de cesáreas que pueden llegar al 80 o 90%.
¿Qué nos dice esto? Que todavía operan jerarquías: de clase, de raza, de acceso. Que la forma en que parimos sigue estando marcada por el lugar que ocupamos en la sociedad.
La formación: entre el conocimiento científico y lo que se queda afuera

Nuestra formación como matronas es muy completa. Durante cinco años aprendemos fisiología, farmacología, cuidados perinatales, investigación, gestión y muchas otras cosas. Es una carrera exigente y rigurosa.
Pero después de casi veinte años ejerciendo, he observado algo que se repite: la mayoría de las veces, todo este conocimiento se transmite desde un solo paradigma, el biomédico.
Y no estoy diciendo que el conocimiento científico no sea valioso. Lo es. Pero cuando es el único que se valida, cuando se enseña como si fuera la única forma posible de entender el parto y nacimiento, algo importante se pierde.
En las aulas:
El parto humanizado se presenta más como excepción que como norma
El parto en casa se menciona como algo exótico o riesgoso
Los saberes de las parteras tradicionales aparecen como curiosidades antropológicas, no como conocimiento vivo y válido
Y esto hace que la formación sea, a veces, muy difícil. Muchas estudiantes sienten que deben realizar prácticas que van en contra de lo que intuyen, que sienten como violentas hacia las mujeres que atienden. No porque el nacimiento sea traumático, sino porque el sistema en el que deben formarse puede serlo.
Al terminar la carrera, muchas matronas enfrentan una decisión dolorosa: algunas dejan la profesión, otras normalizan prácticas que les incomodan, y otras buscan espacios donde puedan ejercer de otra manera.
Y aquí surge una pregunta importante: ¿Cómo construyo mi identidad profesional cuando siento que el modelo en el que me formé no representa completamente lo que quiero ser?
Cuando la ciencia "descubre" lo que siempre estuvo ahí
Algo que me resulta fascinante —y también un poco triste— es cómo ciertos saberes ancestrales comienzan a ser reconocidos por la ciencia moderna, pero solo después de ser "validados" con estudios y rebautizados con nuevos nombres.
Por ejemplo, el rebozo. Nuestras abuelas lo usaban para lo que llamaban "acomodo": ayudar al bebé a posicionarse, aliviar dolores, facilitar el trabajo de parto. Ese conocimiento fue considerado durante mucho tiempo como algo sin fundamento. Pero en 2024, un estudio científico confirmó que estas técnicas efectivamente funcionan. Ahora, profesionales reconocidas en Europa y Norteamérica lo enseñan como "posicionamiento óptimo fetal".
Lo mismo pasa con las hierbas medicinales, los baños posparto, el fajado, los cuidados de la cuarentena, la conexión con los ciclos lunares. Prácticas que nuestras comunidades sostuvieron durante siglos, que fueron despreciadas, y que ahora se "redescubren" con terminología técnica.
Me pregunto: ¿qué hubiera pasado si, en lugar de descartar esos conocimientos, hubiéramos construido puentes desde el principio? ¿Qué hubiera sido de nuestra profesión si las parteras tradicionales hubieran sido invitadas como maestras, no como objetos de estudio?
Hoy me emociona ver parteras tradicionales de América Latina viajando al mundo a compartir sus saberes. Pero al mismo tiempo me entristece que en nuestros propios países rara vez las invitamos a nuestros congresos, a nuestras universidades, a los espacios donde se toman decisiones sobre salud materna.
Voces que construyen otros caminos
A pesar de todo esto —o quizás precisamente por esto— están emergiendo movimientos que buscan otras formas de hacer matronería.
En Chile, junto a otras colegas, hemos investigado lo que llamamos prácticas contrahegemónicas. Usando mapas corporales y teorías feministas decoloniales, encontramos que hay tres elementos clave para transformar nuestra profesión:
Aprender entre nosotras: reconocer que no todo el conocimiento viene de los libros, que la experiencia compartida también es sabiduría
Validar lo vivido: lo que experimentamos en nuestros propios cuerpos, nuestros partos, nuestros ciclos, es conocimiento legítimo
Entender lo político: acompañar partos con respeto a la autonomía de las mujeres es también un acto de resistencia al modelo paternalista
También vemos crecer el movimiento por los derechos en el parto y el nacimiento. Vemos cómo el parto en casa planificado se abre camino, aunque todavía enfrenta muchos prejuicios y falta de regulación.
Yo acompaño partos en casa en el sur de Chile, y en mi investigación para el titulo de Magister en Antropología he visto algo hermoso: cuando las matronas trabajamos fuera de las instituciones hospitalarias, logramos integrar lo académico con lo tradicional, y recuperamos algo que la formación universitaria a veces nos hace olvidar: que la intuición también es una forma válida de conocimiento.
Y esto no es misticismo. La neurociencia hoy nos confirma que la intuición es una manera sofisticada de procesar información, algo que las mujeres hemos cultivado durante generaciones.
Escuela Renacer: un espacio para encontrarnos
De esta búsqueda nació Escuela Renacer: un espacio donde intentamos hacer las cosas diferente. No es solo un lugar de formación técnica. Es un espacio donde:
Combinamos el rigor científico con modelos holísticos
Rescatamos y honramos la partería tradicional como conocimiento vivo
Integramos la consciencia coroporal, el arte, el autoconocimiento, la conexión con nuestro territorio
Construimos identidad desde quiénes somos realmente: matronas latinoamericanas, con todo lo que eso implica
Las matronas, médicas y doulas y otras personas que participan no solo aprenden técnicas. Se transforman. Reconectan con una forma de ejercer que les hace sentido, que respeta tanto la ciencia como la sabiduría ancestral, que pone en el centro la autonomía de las mujeres.
Una invitación a renacer
Nuestra matronería necesita nutrirse de identidad, de saberes propios, de conexión con el territorio que habitamos.
Necesita reconocer, con honestidad y sin defensas, que se construyó sobre la exclusión de otros conocimientos. Que muchos de nuestros protocolos siguen reproduciendo lógicas coloniales de control sobre los cuerpos de las mujeres.
Y desde ese reconocimiento —que puede ser incómodo, pero que es necesario— podemos empezar a construir algo distinto.
No se trata de romantizar el pasado ni de rechazar la ciencia. Se trata de ampliar nuestra mirada. De entender que hay muchas formas válidas de conocer y de cuidar. De construir puentes entre la academia y la tradición. De devolver a las mujeres la autoridad sobre sus propios procesos.
En América Latina, no queremos seguir celebrando un "encuentro" que nunca fue tal.
Queremos sanar esas heridas que todavía duelen. Queremos recuperar la autonomía sobre nuestros cuerpos y nuestros saberes. Queremos que las matronas del futuro se formen desde el respeto, la integración y la justicia.
Y para lograrlo, necesitamos atrevernos a mirar con honestidad nuestro pasado. Necesitamos abrirnos a otros saberes. Necesitamos transformarnos, juntas. Necesitamos renacer.
Este 12 de octubre, te invito a reflexionar desde la curiosidad y la apertura: ¿qué voces han quedado fuera de los espacios donde trabajas o te formas? ¿Qué saberes podrían enriquecer tu práctica si les dieras espacio?
Si estas reflexiones resuenan contigo, si quieres conocer más sobre Escuela Renacer o simplemente conversar sobre estos temas, me encantaría conectar. Porque creo profundamente que estas conversaciones, cuando se dan desde el respeto y la apertura, nos permiten crecer juntas.




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