El Agua es la Vida
- Lorena Naves

- 13 nov
- 2 Min. de lectura
El elemento agua es fundamental para mantener nuestra vida y salud. "Somos de agua", versa una canción, recordándonos que nuestro cuerpo contiene un altísimo porcentaje de agua y que el equilibrio de líquidos y fluidos es vital para nuestro bienestar.
Nuestra resonancia con este elemento es tan profunda que muchas veces basta con mirarlo o escuchar sus sonidos para recobrar la calma, relajar tensiones y experimentar un estado de paz.

Michel Odent, la primera persona en introducir una piscina en la sala de parto, relataba sorprendido cómo durante algunos nacimientos, solo con el sonido del agua llenando la piscina, ocurría una rápida dilatación y el bebé nacía sin que la mujer hubiera siquiera tocado el agua. Una muestra del poder que tiene este elemento sobre nuestro cuerpo y nuestros procesos más íntimos.
Hace unas semanas estuvimos junto a Bárbara Harper en el Workshop de Parto en Agua y descubrimos y vivenciamos los beneficios del agua en la vida y en los partos. Esta experiencia nos inspiró a invitarlas a conectarse profundamente con el elemento agua como una forma de vivenciar sus bondades y beneficios en primera persona.
El agua lo transforma todo
“El agua cambia todo lo que toca”, dice otra canción, y basta observar su recorrido para reconocer su sabiduría: el agua no se opone, se adapta; no resiste, fluye; no impone, abraza. Beber con atención, sentir cómo cada sorbo hidrata los labios, recorre la garganta y viaja hacia lo más profundo de los tejidos, puede transformarse en un pequeño ritual de consciencia, un “ahhh” de alivio, frescura y placer.

Sumergirnos en agua es abrir los sentidos. Escuchar sus sonidos, percibir sus movimientos, sus roces y temperaturas. Dejar que nos envuelva y abrace con su frescura o su calidez. En ese encuentro nos conectamos con sus cualidades: fluidez, flexibilidad, gracia, capacidad de adaptación y búsqueda constante de caminos. En el agua sentimos nuestro peso y densidad, pero también la ligereza que nos permite flotar; sentimos el espacio que ocupa nuestro cuerpo y, al mismo tiempo, la liviandad de estar sostenidas.
La inmersión en agua produce transformaciones sutiles y profundas. Los tejidos se distienden, las tensiones internas se suavizan, los líquidos interiores encuentran nuevas rutas para fluir. Surge así una sensación de expansión y libertad: nuestros movimientos se vuelven más suaves, más armónicos, como si el cuerpo recordara una danza antigua.
Al entregarnos al agua, nos hacemos una con ella. Encarnamos su sabiduría, sus dones, su modo de moverse y abrazar. Permitimos que su información nos atraviese, para luego llevarla a nuestra vida cotidiana y, especialmente, al acompañamiento del parto y nacimiento.
¿Cómo sería acompañar un nacimiento encarnando el elemento agua? Tal vez ahí resida una de las claves más profundas del arte de acompañar: aprender a fluir, sostener, acoger… como el agua.




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